Hielo Sur 2024

There are a handful of climbers who find the opposing miseries of the Patagonian Andes irresistible and are repeatedly drawn to this ground” Gregory Crouch.

Corría noviembre de 2023 y al regresar de una expedición a Campo Hielo Sur le mostré algunas fotos a Emil Stefani y Martín Hurtado, y rápidamente se nos grabó una idea: había que volver al año siguiente. Ya en enero empezamos a planificar y entrenar para estar lo más preparados que hayamos estado jamás.

Luego de un lindo ascenso al volcán Puntiagudo llegaron las últimas semanas de agosto que se nos pasaron volando; había que afinar muchísimos detalles para las siguientes 5 semanas de septiembre en que estaríamos en el hielo.

Emil, Agustín, Martín y Álvaro, que nos acompañó en el ascenso al volcán Puntiagudo

La madrugada del 1 de septiembre volamos los 3 integrantes a Balmaceda y allí nos recogió Pascual Díaz junto a Anita, su esposa. Nos recibieron en su lindo rancho de Mallín Grande, cerca de Puerto Guadal. Allí re empacamos los equipos y continuamos a Villa O’Higgins. Desde el vecino Puerto Bahamondes zarpamos en la lancha Jeckal rumbo a Punta Nahuelcar, al otro lado del lago O’Higgins, donde nos dejó Pascual luego de una pasada bien movida por el brazo Pascua. Ese mismo día hicimos un primer porteo de reconocimiento de la ruta que yo ya había realizado junto a Gabriel Muñoz y Manuel Guerrero en noviembre de 2018 (acá un relato de aquella salida).

De madrugada embarcándonos en la Jeckal en Puerto Bahamondes
Pascual Díaz (izq) y Jacinto dejándonos en Punta Nahuelcar. Al fondo el glaciar Pirámide o GAEA

Los siguientes dos días realizamos porteos en que movimos mucho equipo y comida hasta un depósito pasado el denominado glaciar negro por estar cubierto de detrito/arena. Esto porque estaban anunciados 3 días con mucho viento y lluvia; y así fue. Aprovechamos para recuperar energías y avanzar con lecturas pendientes en el acogedor domo ubicado en Punta Nahuelcar. Las ráfagas eran tan fuertes que abrir y cerrar la puerta del domo exigía gran control y precaución para no salir volando como me pasó a mí una vez.

Domo en Punta Nahuelcar
Avanzando por el glaciar O’Higgins (zona glaciar negro)

Al sexto día dejamos el domo a oscuras antes de las 5am, puesto que era un día con poco viento. Esa era la estrategia: aprovechar al máximo los días de buen tiempo, y los malos, descansar protegidos. Con las primeras luces avanzamos por el glaciar negro algo cubierto de nieve, sin dejar de perder de vista las grandes grietas. Sumamos algo de peso del depósito y continuamos hasta la laguna donde ya podríamos usar los trineos. Volvimos a por el resto del peso, y por Dios que era muchísimo peso. Caminaba penosamente con la mochila más pesada que he cargado en mi vida por laderas cargadas de nieve recién caída.

Cargando y descargando en el depósito de los porteos

Ya era pasado el mediodía y calculamos que no lograríamos llevar todo el cargamento hasta el refugio superior, a pesar de ya poder usar los trineos. Entonces, partimos con carga suficiente para que al día siguiente no fuera un martirio llevar el resto. En eso reapareció el viento y se produjo una escena que tengo grabada en mi mente: una fina capa de nieve desplazada sobre el glaciar como una alfombra celestial y una luz mágica que me hacía sentir en un ambiente onírico; solo me contenté con grabarla en mi mente con tal de no detenerme a buscar la cámara en mi pesada mochila. Decidimos acampar a 3/4 de camino y no continuar hasta el refugio, producto del cansancio de una larga jornada como buen lunes (sí, era lunes).

Aproximando por el glaciar con trineos. Arriba de la loma de la izquierda se ubica el refugio superior.

Al día siguiente amaneció algo más nublado seguimos hasta el refugio, dejamos el peso y volvimos rápidamente por el resto. Al cabo de unas horas al fin estábamos con toda la carga en el refugio, en el margen de campo hielo. Y nuevamente esperar porque venían varios días de tormenta de nieve y viento, sobre todo mucho viento.

Refugio DGA glaciar O’Higgins

Y sucedieron horas y días de lectura en nuestros kindle, Emil luchaba contra el fantástico mundo de Macondo y luego el imperio de Trajano por Posteguillo, Martín alternando con la prosa de Murakami; yo paseaba entre Rayuela, las Crónicas del Anticristo, Enduring Patagonia y otros. Y muy a menudo conversábamos analizando los diferentes pronósticos que nos enviaba Damir Mandakovic, Camilo Rada y el Inreach, y qué haríamos al respecto. Tras mucha incertidumbre, discusiones varias y un par de series de carioca, nos decidimos por ir a intentar el Ambrosio Este en los días de ventana de buen tiempo que se avecinaban. Este cerro se ubica al oeste del cordón coronado por el cerro O’Higgins que fue ascendido por la expedición de 1960 de García, Marangunic, Vivanco y Espinoza.

Tras una madrugada de intensísimo viento emprendimos rumbo al norte por la gran meseta de hielo, siempre encordados por las grandes grietas del sector; ellas nos forzaron a hacer un rodeo de varios kilómetros hacia el oeste. Fue un día precioso, con un viento suave que poco a poco fue desplazando las nubes, haciendo aparecer las siluetas de los cerros.

Progresando en la meseta de campo de hielo
Rumbo al norte, al fondo los cerros Plüschow, Ambrosio y O’Higgins

Luego de casi 20km por la meseta alcanzamos la base del cordón aproximadamente a las 5pm, y preparamos todo para la jornada siguiente ya que saldríamos de noche.

Campamento en la base del cerro Ambrosio Este (el de la pared de roca que se asoma a la izquierda). A la derecha, el cerro Hipólito.

Partimos antes de las 5am, no corría una gota de viento y el cielo estaba completamente estrellado. Estaba tan claro que el gigante volcán Lautaro se veía como que estuviera cerca. Avanzamos sin prisa y sin pausa por el valle glaciar que cae de los cerros Ambrosio. Debido al intenso frío hicimos un par de paradas muy breves para tomar té caliente, comer algo y sacar fotos de la vista a la inmensidad del hielo. Al llegar a la base de la pared de roca del cerro Ambrosio continuamos ascendiendo en zigzag, intentando evitar los seracs que colgaban de la pared y las profundas grietas más a la derecha.

En la meseta superior que conecta con el cerro O’Higgins hicimos una gran pausa para alimentarnos, hidratarnos, calentarnos con los suaves rayos de sol, y sobre todo, admirar la vista de la extensión infinita. Podíamos ver desde el cerro Steffen por el norte, el extenso campo de hielo y sus montañas glaciadas, hasta el lejano cerro Torre y el monte Fitz Roy unos 55 km al sur. Era un día increíble, completamente despejado, nos sentíamos muy bendecidos.

Amaneciendo en campo hielo. A la izquierda el cordón Pirámide, luego a lo lejos, el cordón Mariano Moreno, y más a la derecha, el volcán Lautaro.

Nos cambiamos a zapatos y crampones ya que ahora seguíamos por una ladera de nieve más dura colmada de pequeñas coliflores de nieve entre las cuales se enredaba nuestra cuerda. Nos tocó cruzar un par de grietas; en una sentí que mi pie pisaba un puente poco firme así que pasé lo más rápido posible y como intentando flotar. Al final alcanzamos un gran plano y al fondo se veía un peñón cumbrero cubierto de coliflores: claramente el punto más alto. En su base había una depresión que parecía una grieta cubierta. Pasó Emil primero asegurado por mí, luego Martín y finalmente yo alcancé la pequeña e inclinada cumbre. ¡Qué día, qué felicidad!

Fotos cumbreras, con nuestro banderín, nuestros auspiciadores y de regreso al plano, un lugar mucho más cómodo donde volvimos a comer y terminar el té del termo que ya se había enfriado casi por completo. Por suerte el viento era suave y Martín logró hacer una toma con su dron.

Primer ascenso al cerro Ambrosio Este
El plano cercano a la cumbre. Atrás, el cerro O’Higgins

Bajamos sin problemas, nos cargamos los ski en la espalda para bajar con más control la sección superior de la ladera hasta donde ya vimos que nos podíamos lanzar esquiando. La nieve estaba perfecta, al desplazar a un costado los ski se levantaba una suave nube de polvo y llegamos a la carpa esquiando. No se podía pedir más. Fue un 18 de septiembre que difícilmente iremos a olvidar.

Descendiendo del cerro Ambrosio Este. Se distinguen nuestras huellas por la arista SE.

El día 19 partimos regresamos al refugio ya que empezaban a aparecer el viento y las nubes. Y al día siguiente casi corriendo arrancamos de la tormenta que se avecinaba. Teníamos que llegar directo hasta el lago donde nos esperaría Leo Muñoz, colono radicado en el hermoso sector de río Cóndor. Allí nos recibió con su mujer Ema, sus hijos Manke y Aoni Kosten, nada menos que ¡con empanadas de pino y vino! Dos días atrás pensábamos en cuántos estarían en una fonda y nosotros en la mitad del hielo. Era cosa de esperar un poco (y caminar bastante).

Saliendo del glaciar con poca visibilidad
Cargando el equipo como ekekos

Allí estuvimos esperando más de una semana para que amainara el viento y una lancha pudiera navegar para volver a Villa O’Higgins y finalmente regresar a Santiago. En este tiempo recorrimos y conocimos este recóndito rincón de la Patagonia que es río Cóndor, junto a una gran familia y los ayudamos a montar un invernadero. Vivir en un paisaje tan increíblemente bello y desolado es sin duda admirable. Regresamos impresionados de su gran cariño al lugar y muy agradecidos de su tremenda hospitalidad. 

Armando el invernadero junto a Leo, Ema y Manke

Agradecimiento especial para nuestro club con su fondo concursable, talleres y apoyos varios. También a nuestros contactos Damir Mandakovic, Julián Sánchez, Tomás Fernández, Felipe Ugalde, Camilo Rada que estuvieron atentos cada momento. Y por sobre todo, a nuestras familias y amigos que nos ayudaron a que este sueño se hiciera realidad.

Fotos y relato: Agustín Ferrer

“Sin duda, una de las virtudes del alpinismo consiste en que devuelve su auténtico valor a unos actos tan triviales como pueden ser los de comer y beber” Lionel Terray.

Write a Reply or Comment

Your email address will not be published.