Escribiendo por escribir
La única frase que se me viene a la mente para definirlo seria » es como andar en bicicleta», viejos recuerdos galopando, recuerdos llenos de miedo, miedo al dolor y alegría de que no duela, todo un coctel de sensaciones donde yo era el vaso sin hielo. Eso aderezado con la incertidumbre, maravillosa, dulce y olvidada incertidumbre que gustas de manifestarte de formas tan variadas, muchas de ellas ayudadas por la gravedad, ¿para qué quedarte en tu casa si me puedes venir a jorobar el día vestida de piedras?
Así que ayer hicimos algo de «escalada clásica», me encanta ese par de palabras, se ajustan tan bien entre sí que en mi mente son indisolubles. Ya sé que otros prefieren apellidarla de «tradicional», sin embargo siento que pierde su encanto, ambas aluden al pasado y a nuestro interés en conservarlo y repetirlo.
Pero la distinción que yo siento hay, es una de categoría, para mí lo «clásico» le da una valor a algo que no es repetido por conservar las formas sino porque ha superado las barreras del tiempo y que a pesar de ello, sigue siendo tan vivida y vital como cuando nació. Tal y como mis recuerdos, que afloraron mientras sorteaba la aguda voluptuosidad de la roca, y lo que cientos de años depositaron sobre ella.
Ayer junto con Tommy abrimos una ruta al parecer nueva, relativamente fácil, algo discontinua, un poco sucia, con granito de diversas calidades, y en resumen «la raja». Pero debo mencionar que nuestra llegada al lugar es algo menos gloriosa que lo que mis palabras trasmiten. Así que retrocederé un poco y les daré una imagen sobrecogedora, impactante y casi homo erótica de tal hecho.
Tommy, mi cordada y amigo en esta historia, deseaba acceder a unas paredes al otro lado del rio en cuyo valle nos encontrábamos, por ende cruzar el rio era parte de la tarea de ese día.
Para quienes nunca hayan cruzado uno permítanme explicarles como se hace entre dos, ambos se ponen de costado a la corriente, alineados con la misma, mirando en dirección a donde pretenden llegar, se sujetan firmemente entre sí con un brazo pasado sobre los hombros del compañero tomando su mochila, mientras con la otra mano sujetan un bastón para tantear el terreno y conservar el equilibrio, avanzando paso a paso coordinadamente para que el sujetarse entre los dos tenga algún sentido, más que mal la idea es que no te lleve la corriente.
Y hasta aquí nada del otro mundo, exceptuando quizás el hecho de ver 2 adultos abrazados en medio de un rio de agua gélida, con una reducida cantidad y proporción de ropa por debajo de sus cinturas, sujetándose entre sí para que no se los lleve el rio no es una imagen de masculinidad vibrante y apoteósica. Sobre todo si se devuelven porque no se la pudieron con la corriente. Para que de ese modo, rio abajo, se fueran flotando las paredes soñadas por Tommy.
Pero roca sobraba y después de buscar un rato, descansar otro poco, y hablar de mujeres para recuperar el calor perdido en el rio, encontramos una línea por donde escalar. Una con partida fea, continuación dudosa, y calidad mejorable, es decir ideal.
Escale yo el primer largo, y como hace al menos unos 2 años que no escalaba en este estilo reconozco que unos pañales me hubieran sido de ayuda. Pero es como decía al inicio, fue como andar en bicicleta, después de un rato recordaba los trucos sucios, que tenía que buscar y como superar algunos tramos. Luego de 35 metros llegue a una terraza, hice una reunión, y asegure a Tommy.
Y mientras aseguraba, un pequeño picaflor – ¿o era una pequeña picaflor? se me escapan las diferencias- flotaba en el aire alimentandose de las verdiazules flores de un chagual no muy lejos de mi. La precisión y elegancia de su vuelo no podían contrastar más con mi ya finalizado largo, cada flor visitada sin siquiera tocar con sus delicadas alas los pétalos y hojas del chagual, eran una muestra de pericia ante la cual era difícil no rendirse y que ya yo desearía para mí. Pero tales pensamientos tuvieron que someterse a las necesidades del momento, Tommy estaba escalando ya y debía poner fin a mis cavilaciones.
Luego de ambos terminar el largo, decidimos darle con otro, el lugar lo ameritaba y después de recorrer con la vista durante un rato encontramos una «arista arbórea», el largo para Tommy.
Más interesante y continua que mi línea, la de Tommy tenía un único defecto, el renacimiento. Un ciprés en medio de la arista obligaba con sus ramas a pasar por un lugar tan estrecho que era un autentico parto pasar por allí.
Luego de finalizar y dada las horas de luz faltante, empezó la búsqueda del anclaje para rapel. Solo un pequeño ciprés cumplía con algunos de los requisitos para el anclaje de rapel ideal. Y el problema de cumplir con solo algunos es que los otros alimentan el miedo, miedo a que se salga el anclaje, miedo a que se suelte la cuerda, miedo a que los 40 metros de rapel terminen mas rápido de lo que uno desearía.
Su respaldo, su gordito de primero y su observador de que no quede la escoba fueron nuestras respuestas. Pero lo reconozco, cuando quite el respaldo para rapelear al final, y a pesar de que todo habia funcionado bien me tuve que cambiar pañales, el oxido de estos años sin rapeles dudosos merma considerablemente la confianza de que tu trasero seguirá redondito y firme al finalizar el rapel.
El rapel aguanto bien, punto y estrellita para el pelado localizador de raíces mágicas para rapeles. El siguiente fue más sólido y después de aterrizar nuestros traseros en medio de ramas que querían recordarnos a Caupolicán, partimos rumbo al hogar.
Peladín peladón, esta historia le llevo pasión 😉