Purple Haze – El Morado
«Purple haze all around.
Don’t know if I’m coming up or down.»
– Jimi Hendrix –
En la búsqueda por el crecimiento montañístico y el mistisísmo que provoca aquel cerro que tan imponentemente se contempla en la legendaria salida al Unión de Montañismo I (o Talleres de Nivel I) se perfila como un plan desafiante, algo técnico, algo físico y, sobre todo, mental. El Morado es, sobre todo para nuestro grupo, una suerte de ícono lleno de mitos que se van descubriendo cuando uno se abre paso hacia investigar su ascenso.
De este modo, luego de casi un mes de discusiones de quién iba, quién no, qué equipo, qué itinerario, etc. llegamos el 9 de diciembre a uno de los valles más visitados por los montañistas dada la abundancia de cerros y rutas, el valle del Arenas, Eliana Chong, Daniel Pérez, Felipe Pino y Felipe Araya. Conseguimos avanzar bastante en auto, la sequedad del año mantenía los caminos despejados, de modo que en hora y media llegamos al nevero que conecta al cerro.
Luego de re leer la ruta, recordar las opiniones de Abdo, Eduardo Atalah, Claudio Suau, Carlos Bascou, Alberto Ugalde, entre otros, decidimos armar nuestro vivac ahí, en un lugar muy protegido y con agua.
A las 5 am comenzamos la caminata. Al llegar a los pies del cerro, justo donde empezaba la escalada Daniel decidió no seguir y Eliana optó por bajar volver.
La escalada fue fácil, un gateo sencillo hasta el nevero con forma de signo euro (€), por lo que le llamamos «la zona euro». Luego otro gateo con rocas muy sueltas para montarse finalmente al nevero «definitivo». Lo que más demoró esta estapa fue el ponerse y sacarse los crampones, de todas formas a las 3 horas ya estábamos en el C2.
Nos encordamos y comenzamos el tranquilo traverse por el glaciar que me recordó (como he comentado a muchos) al traverse del Huayna Potosí).
A las 10:30 estábamos en la entrada del famoso canalón, todo estupendamente bien, descansamos, nos hidratamos, pues el calor hasta ese momento había sido asfixiante, y comenzamos a subir los últimos 300 metros de desnivel, estábamos emocionados, ya habíamos hecho 1.000 en poco rato.
Al primer paso notamos la dificultad: nieve azúcar, blanda y profunda. Ahora hago referencia a la cita inicial: por cada paso «supuestamente hacia arriba» retrocedíamos uno o dos enterrados hasta la guata, ciertamente de algo nos sirvió una huella abierta el día anterior, pero tampoco era tan perfecta. Salimos del canalón luego de casi una hora más y aparecía una pasada de hielo y, me cargo la culpa, empecé a buscar una forma de hacer la última pasada (pues había hielo de dudosa calidad, por una parte más segura. Era más segura, pero ciertamente nadar en nieve cuesta arriba es lento, como subí solo ese tramo armé un anclaje y aseguré el paso de Felipe Pino por la ruta «normal de hielo de dudosa calidad» no si antes soltar muchas piedras y enredar la cuerda varias veces. Al volver al nevero el GPS indicaba un creíble (y por cierto que bastante preciso) desnivel de 150-160 metros: «la hicimos» me decía para mis adentros. De aquí en adelante la nieve parecía estar más profunda y más blanda que antes y a pesar de la huella marcada el avance era bastante lento. Luego la huella se desviaba a la roca. Nosotros habíamos hablado con los chicos que hicieron esa huella el día anterior y nos comentaron que habían llegado a la cumbre, pero desde ese punto notamos que la huella seguía hacia una cumbre más baja que hay hacia el sur, por lo que seguimos por la roca en búsqueda de la cumbre principal.
Comenzó aquí un gateo por barro, roca, nieve, piedras, tierra y nado. Algunas veces intentamos proteger con estacas pero se salían solo de verlas.
Fue de esta manera que al enfrentarnos a los últimos 5 metros de desnivel, nos encontramos con una prominencia piramidal de roca, que podía ser subida por ambos lados (este y oeste), el lado este resultó ser altamente riesgoso, pues la nieve estaba demasiada blanda y se estaba justo sobre el filo con una cornisa de nieve de la misma calidad que en caso de caída significaba una larga caída por la cara norte del morado (casi una pared vertical). El lado oeste parecía ser la mejor opción, por lo que hicimos un traverse a punta y codo, tratando de hacer un camino, o más bien un túnel, enterrando el cuerpo completo para poder agarrarse de la nieve y trepar. Al quedar justo frente al canaloncito de unos 5 metros que llevaba a la cumbre, nos encontramos con que estaba compuesta por placas de roca con nieve de la misma mala calidad negándonos la posibilidad de proteger, por lo que vimos que con esfuerzo y algo de riesgo podríamos subir hasta la cumbre, pero el descenso podría significar fácilmente una caída que nos haría deslizar por una linda pendiente de 50º o 55º, por lo que decidimos abortar en este punto.
Como todo rebote, especialmente a esas alturas del cerro, uno se pasa una semana completa pensando «Y si hubiésemos hecho tal o cual cosa», pero la más grande lección que he obtenido del montañismo es que el cerro es quien domina, por lo que la humildad es la mayor virtud de quien quiere desafiarlos. Los orgullos y los fines deportivos no tienen ningún valor si por lograr cosas puedes perder otras más importantes, como un objeto, el orgullo, a un amigo o la vida misma.
El descenso de el nevero tampoco fue fácil, dado que no teníamos cómo montar un rapel (una seta habría sido cortada por la cuerda) bajamos desescalando por el nevero por un costado de la roca empotrando el cuerpo completo. Al menos el primer tramo tuvo que ser así para no descargar tanta fuerza contra la nieve y controlar los pasos, de lo contrario la nieve nos enterrábamos hasta el entrepiernas. Así fue como primero yo (que afortunadamente salí rápido) y luego Felipe Pino estuvimos enterrados sin poder sacar las piernas por varios minutos. Por lo que al lograrlos bajamos rápidamente hacia la huella de subida, pasamos el canalón y llegamos al traverse. Recién en ese punto descansamos un rato. El traveserse ya estaba blando por lo que nos resbalamos un par de veces. Finalmente llegamos a la roca: 2 rapeles de 30 metros cada unos hasta la zona euro, luego práctica de autodetención en nieve y finalmente un rapel de 60 metros (habíamos dejado otra cuerda ahí a la subida) hasta el primer tramo de la escalada del cual desescalamos fácilmente. Cerca de las 21:00, tras «esquiar» el último nevero, llegábamos de vuelta al campamento donde Eliana y Daniel nos esperaban. Vivaqueamos una noche más dadas las buenas condiciones para ello y volvimos a Santiago el día domingo.
Integrantes: Eliana Chong, Daniel Pérez, Felipe Pino y Felipe Araya
Relato: Felipe Araya y Felipe Pino.
Fotos: Felipe Araya con el celular.