Naufragio en el Carreño
El cajón del estero Carreño, que afluye desde el sur al río Colina, justo frente a los baños Colina, tiene una carta nada despreciable de cumbres. Algunas eminentes, otras modestas, varias desconocidas y un par complejas.
El 12 y 13 de octubre salimos decididos por la P4271, una mole vecina al Morro negro, bien guarnecida por canalones y bandas rocosas, que hasta hoy no tiene nombre ni acaso ascensos.
El grupo lo formábamos Beatriz Delgado, que se reencontraba con las cumbres después de su guagua y de dejar atrás un difícil tratamiento médico, Jordi Guimera, Álvaro Vivanco (DAV), José Luis Fuentes-Cantillana, un sevillano de nacimiento y madrileño por adopción que vino por unos pocos días a una feria de minería y se las apañó para visitar Los Andes, y Eduardo Atalah.
Tratamos de entrar por el cauce del río directo al cajón de Carreño, pero la falta de etiqueta alertó a los matones de las Termas de Colina que no se demoraron en dejarse caer en patota y montados en camioneta para cobrarnos los $6.000 de entrada.
En poco más de cinco horas estábamos en la planicie final del valle, frente al Morro Negro y con vista a la 4271, todo confirmándonos lo seco que fue el último invierno y lo difícil que sería el ascenso por acarreos al día siguiente.
Pero como nunca, la meteo estuvo infalible y aunque el día comenzó tan despejado que nos habíamos decidido por no llevar carpa, a medianoche comenzó a nevar que se las pelaba, tanto que a las 3 de la mañana a algunos no nos quedó más que vestirnos para no seguir mojándose en el saco e inaugurar un amable desayuno bajo la nieve.
Cuando a eso de las 5,30 de la mañana por fin dejó de nevar y ya se veía algo de los cerros circundantes, ya era muy tarde para intentar la cumbre 4271, que ahora se mostraba completamente nevada, así que optamos por cambiar de objetivo y dirigirnos al cerro que se alzaba justo desde nuestro campamento.
En dos horas ya estábamos sobre el filo cumbrero junto a un gran bloque con forma de vela de barco que corona el cerro.
Parecía fácil pero su plano inclinado es una placa de rocas lisas, que estaba cubierta de hielo y nieve fresca, así que lo que no debieron ser más de 10 minutos se convirtieron en una media hora de precario equilibrio.
Finalmente alcanzamos una cornisa que vuela sobre un enorme vacío que unos 400m verticales más abajo termina sobre el cajón del estero San Ignacio.
Se trataba de la P3848, que a falta de mejor nombre, bautizamos como Navegante, por la vela de barco que nos guió hasta la cumbre.
La cumbre por supuesto nos regaló grandes vistas a los vevinos como el Puntiagudo …
El Morro Negro …
El Carreño …
Y el anhelado P4271, ahora con nieve
El descenso lo hicimos por el otro lado, es decir hacia el sur.
Lo que nos permitió tener una vista más panorámica del cerro.
Eduardo Atalah, Noviembre de 2011.