Lagunas de La Overa, llegar o llegar
Por Eliana Chong
Fotograías: Juan Francisco Bustos (Pampa)
Relato en Wikiexplora: Abdo Fernández, Joaquín Barañao (Caco)
La verdad, era un misterio. La gente de Las Ramadas, último poblado antes de comenzar la caminata, nos advertía que no íbamos a llegar, que había mucha nieve, que el camino estaba escarchado y bueno… que en definitiva, estábamos bien lejos y fuera de la época adecuada para ir.
Pero como después de 9 horas de manejar desde Santiago era obvio que no íbamos a darnos la media vuelta y volver, nos lanzamos. Total, a eso íbamos, a explorar.
El cuento empezó con una invitación abierta de Cristóbal Salvatierra para ir “al Antuco o a los Nevados de Chillán”. De 4 pasamos a 12, luego a 10, y finalmente el número mágico quedó en cuatro. Pampa, Abdo, el Caco y yo.
Las negociaciones sobre el destino definitivo continuaban hasta el viernes bien entrada la noche. Hasta las 10.30 pm, el objetivo era el nevado del Longaví. Crampones, cascos, zapatos plásticos. A las 10.31, un llamado de Pampa lo cambió todo. ¿Y si nos vamos al norte…? Fuera crampones, fuera cascos, fuera plásticos. El hielo ha muerto, ¡¡viva el trekking!!
Partimos, sin todavía conocer nuestro destino final. Al llegar a Huentelauquén y mientras discutíamos sobre los fluidos (léase el queso derretido de la empanada), prácticamente tiramos una moneda al aire. Opciones: quebrada de Pintes en Vallenar (Región de Atacama) o lagunas de La Overa en Argentina, vía interior de Ovalle. Volante o maleta, cara o sello. Salió el último, enfilamos a Ovalle.
Esperábamos un paisaje semidesértico, escasez de agua. Pero encontramos parajes enverdecidos, espinos en flor, vegas extensas y ríos abundantes.
Al caer la noche del día uno, y luego de dos y media hora de caminata, llegamos a un sector apto para acampar, cerca del río, y nos arranchamos. La consigna antes de dormirnos fue: lagunas de La Overa, llegar o llegar.
Domingo, comenzamos la marcha casi a la hora pactada, buena señal. Continuamos el recorrido del día anterior por el cajón del Río Turbio, sin en verdad tener gran idea de dónde estaba el paso fronterizo. A la hora del almuerzo, sacamos el “cocaví”, y discutimos. ¿Por dónde pasamos allende Los Andes? Que por aquí, que por allá. Que mejor dicho quién sabe. Pues bueno, sigamos otro poco.
Cual bandoleros atravesamos la frontera sin papeles. Ni señas de algún hito fronterizo, pero ya se olía el bife chorizo. Y entonces, violá! La laguna grande, por fin. “Bajemos, ¡vamos a tocarla!”
En ir a la laguna y volver a la frontera, fueron unas cuatro horas. Me hicieron sentido las palabras de advertencia (no van a llegar, no van a llegar). Porque al menos para mi, fue eterno.
Al regresar a Chile, nos recibió uno de nuestros símbolos heráldicos: el majestuoso cóndor. Foto en el hito, bajada rápida. Se encendió la luna. Algo de comer y al sobre.
Al día siguiente, y como suele ocurrir, encontramos el sendero. Más vale tarde que nunca, ¿no?. En el pueblo de Las Ramadas, dejamos el recado: si alguna vez vienen más montañistas, díganles que son unas 14 horas de caminata. Y que valen la pena.
Almuerzo, Embalse de La Paloma, playa Chigualoco, atardecer en Los Vilos, la gran capital. Y claro, historias para compartir el resto de la semana.
Como diría la editorial Footprint para viajeros: Highly recommended.
Detalles de la ruta en: Lagunas de La Overa