25
Mar 2010
Edición Bicentenario de los Volcanes del Sur
Con la intención de mantener la tradición de los Volcanes del Sur, un pequeño grupo de amigos partieron a realizar la Edición Bicentenario de esta actividad: Pablo Águila, Felipe Lobos y Felipe Araya.
Y a los tradicionales lagos, ríos, volcanes y compañerismo, añadieron un ingrediente más: perderse por dos días en un denso bosque, lo que les valió una aparición en la prensa. La destreza y conocimiento técnico del grupo hizo que salvaran ilesos de este profundo contacto con la naturaleza.
Relato y Fotos de Felipe Araya
Llegamos a Puerto Varas, donde nos hospedamos en la casa de Seba Fischer. Sólo estaba la nana, pero tuvimos techo y espacio para nuestras cosas. Los primeros días, sin embargo, se caracterizaron por sus fuertes lluvias, que nos obligaron a estar en la casa.

Salió el sol por 5 minutos en Puerto Varas y todos salieron abañarse. Simplemente mentalidad sureña.
El 19 de febrero partimos al volcán Osorno; acampamos cerca del refugio de la Conaf esa misma noche.
Emprendimos camino hacia la cumbre le día siguiente, ascendiendo por la ruta normal por la cara sur-oeste. Decidimos bajar por la cara norte porque no tenía rimaya, pero sí más pendiente en nieve más o menos blanda. Nos esperaba un largo traverse para volver al campamento en base, y luego de vuelta a Puerto Varas. Fue un cerro muy entretenido para nosotros, pues queríamos aprender y practicar encordamiento y seguridad en hielo y nieve, lo que fue muy provechoso.
Después de un día de descanso y piscina, partimos al siguiente objetivo, el volcán Calbuco. Tuvimos que tomar un bus a Puerto Montt y luego otro bus rural a Correntoso.
La idea en el Calbuco, al interior de la Reserva Nacional Llanquihue, era hacer una travesía desde el río Blanco (por el sur) hasta el valle de los Ulmos (por el norte) subiendo por el glaciar.
En la primera jornada debimos sortear varias cascadas, entre rocas, árboles y barro, hasta que fuimos detenidos por una cascada gigante que no pudimos pasar. Nuestro intento de buscar una ruta nueva se vio frustrado y nos pilló la noche, así que acampamos.
Al día siguiente tomamos la ruta normal. Seguimos el curso del río Blanco que da hacia el sur-oeste… del Calbuco salen varios ríos con el mismo nombre hacia distintos lados. Queríamos seguir avanzando, pero unas papas, una cebolla y abundancia de aceite nos convencieron de pasar la noche en el Refugio de Conaf, luego de una fritanga con los citados ingredientes. Además, otros «excursionistas» nos ofrecieron chicha de manzana… ‘uta que estaba mala!!!
Como no pudimos llegar hasta el glaciar, nos fuimos por la ruta normal. De camino a la cumbre, se proyectó sobre la vaguada costera la sombra del volcán Calbuco. Los últimos tramos los hicimos por la roca, que en alunos pasos nos dio más de alguna complicación… si no, pregúntenle a mi cabeza… o más bien a mi casco que se llevó lo peor.
La referencia para el descenso era una pirámide, pero… ¿hacia qué lado se debía bajar? Surgió la confusión. Optamos por la izquierda (cara oeste del filo), por un acarreo. El problema fue no encontramos el sendero por el bosque, el cual sabíamos intransitable y donde había muchas probabilidades de desorientarse. Decidimos entonces seguir el lecho del río que desde ahí se proyectaba y, que claramente, llegaba al lago Llanquihue. Como teníamos el mapa de la zona (La Ruta de los Jesuitas) sabíamos dónde estábamos, pero no conocíamos los obstáculos del camino.
El regreso fue muy lento porque nos encontramos con 5 cascadas de entre 20 y 40 metros, siendo la última la más larga y que nos tomó cerca de 8 horas bajarla, 4 ó 5 pensando cómo hacerlo si la cuerda no llegaba y no había posibilidad de anclajes intermedios. Al terminar, llegamos a tres conclusiones:
Conclusión 1: las raíces y las quilas sí pueden ser un buen anclaje.
Conclusión 2: Sí se puede rapelear con cordines si no es tanta la distancia.
Conclusión 3: Si la mochila te pesa ¡tírala! Además, el arnés de pecho es fundamental.
El último día, después de cerca de 8 horas caminando con el agua hasta las rodillas llegamos a un puente. Tras dos días de caminata, desesperación, comiendo nalcas, con agua en todas partes, bosque intransitable, incomunicación con el exterior, se nos cruzó en el río el puente… primer rastro de civilización y, lo más importante, un camino que nos conduciría a «buen camino». Por fin pudimos dar aviso de que nos encontrábamos bien.
Aun nos faltaba bastante, pero a esas alturas daba lo mismo. Además, y para nuestra suerte, a unos pocos metros había una casa, donde Rosa Arriagada y su marido machista, Juan Vera, nos dieron pancito, café y además nos encaminaron por su «atajo» que era brígido de peludo; pero él nos guió hacia la carretera, la que alcanzamos con dos horas más de caminata.

La mañana después de la agonía. Calcetines quemados, comiendo nalcas y zapatos aún muy mojados, pero sanos