¡De Geométricas Pirámides y Graciosos Piuquenes! (9 al 16 de enero de 2010)
Cuando las fechas de los entrañables amigos de montaña (de esos únicos en su especie), no calzaban, el bendito correo electrónico desplegó toda su gracia, haciendo llegar hasta mí una de esas invitaciones abiertas del Club Alemán Andino (DAV), pero esta vez, además, a una excursión de alta montaña; a un seis mil.
Objetivo: Nevado de los Piuquenes (6.012 m), con aclimatación previa en el Cerro Pirámide (5.484 m).
¡Topísimo! Decisión tomada. Anhelados objetivos, originales destinos y cosmopolita compañía.
Así las cosas, el sábado 09.01.10, comenzaba mi “bicentenario cerrístico” al paso rítmico del montañista esperanzado, por el Cajón del Colorado, desde el Sector de Chacayar, punto de encuentro con el arriero: Claudio López (“El Rucio”) y su partner, un mozuelo llamado Plácido Astorga. Junto a mí, otros once espíritus de todos los géneros, estilos y latitudes. A saber: Oscar González de España; Haral Schwenck y Jens Benedickt de Alemania; Amin Khan de Pakistán; los connotados socios DAV Eduardo Jofré, Ernesto Heyse y Richard Waetjen; las jóvenes promesas Elisa Sobarzo y Francisca Loosli; Gonzalo Cánovas, Presidente DAV y mi cordada; y Álvaro Vivanco, iniciador de la aventura y a cargo de llevar la batuta de esta peculiar orquesta en la interpretación de tan andina sinfonía.
Culebreando desde el Colorado hasta el cuasi olvidado Cajón del Museo, se fue el grupo en plática fluida, fotografía oportuna e hidratación recurrente, bajo un sol implacable y ardiente. De ríos contundentes a lomas ondulantes, ante la mirada cierta del Polleras y del Chimbote, derivamos a la curiosa Isla Pan de Azúcar que se perfila en angostura cúlmine e impresionante, entre las terrosas aguas del Azufre y las cristalinas propias del Museo. Allá en las profundidades que el ojo apenas distingue desde la altura, parecían besar los cimientos milenarios del triángulo terrestre.
Finalmente y tras unas siete horas de marcha, arribamos a la Vega del Zinc, que se abre en verde explanada para animales y humanos, a unos 3.100 m. de altura e invita a quedarse. Y así lo hicimos. La comunicación incomunicada con el arriero huaso, hizo que la estadía de los montañistas fuera a la intemperie, mientras caballos, mulas y pertenencias dormían dos horas “de a pie” más arriba, ausentes ya a la mirada fina, en la pequeña Vega del Guanaco. “¡Chitas cómo nos jue a pasar tamaño desajuste!”, ja!
Armando pirca y compartiendo abrigo, para recibir aquella noche lunática sin luna, pero plagada de estrellas. De los más urgidos a los más relajados a acomodarse sobre el guano y a estrechar los espacios. La “buena escuela” del CDUC me hizo contar con frontal, primera capa y plumífera a la espalda lo que, sumado a una “frazada de supervivencia” que aportó mi cordada, hizo que durmiéramos como el arriero, plácido, al solo ritmo de los ronquidos de uno de los “alemanes”; ese que omiso caso hizo de su atuendo escuálido para tales circunstancias y de tener short con las piernas dentro de una mochila, nunca más se acordó.
Antes del alba del domingo 10, emprendimos marcha y cruzamos el torrentoso Museo a lomo de mula, en mi caso y el de las otras chicas; mejor dicho “del macho”, como lo llamaba “el Rucio”, ¡era que no!.Alcanzado el lugar de los arrieros en la Vega del Guanaco, a comer y a dormir el sueño de los injustos bajo el fuerte sol nuevamente presente, antes de retomar la marcha al C2, según lo previsto, a eso de las 13:00 hrs. Tras unas 3 horas de progresión por terreno ya agreste y frío, llegando casi al final del cajón, instalamos carpas (¡benditas carpas!) en plena morrena, a unos 4.000m. de altura. Buenas noches….
….Buenos días….y a continuar el lunes 11 seguidos del séquito de mulas y bolsos colorinches, circundando la retaguardia del Bello y la Punta 4812, hasta donde las lenguas de tierra dieron paso a las extensiones de blancos penitentes que resbalaban desde el glaciar del Trono; penitentes que casi se acriminan con caballo de arriero y mula obediente, que en caída exploratoria y revoltosa pusieron punto final a su andar montañero. Mochilas al hombro, entonces, despedida y coordinación en reencuentro, para comenzar el verdadero ascenso. A la caza del macizo.
Poco nos duró el impulso, pues tras vencer el primer acarreo y ante la amenaza de mal tiempo, se decidió “acurrucarse” a los 4.400m. Acierto. En efecto, en la jornada del martes 12 de enero de 2010, estuvo la verdadera conquista de los cerros. Por vertiente oriental de los faldeos del Pirámide, el grupo atacó en dos apuestas de rutas paralelas: la “normal” y la “pakistaní”, llevada en solitario por nuestro Amín; ese de piel curtida en el Himalaya y con el Golden Peak a su haber. De pendientes pronunciadas, acarreos gruesos, penitentes rebeldes, gateo en roca y travers eternos, tuvo el día que, en gran esfuerzo físico, nos llevó hasta el anhelado portezuelo del Pirámide – Trono – Piuquenes; el lugar de nuestro Campamento Alto a 4.900 m de altura. Simplemente, genial.
El miércoles 14 fue, por fin, el turno del Pirámide. Tan sólo dos horas y media desde el CA y la cima del gran cerro nos premió desplegando todas las cumbres, las admiradas y las ignoradas, del Cajón del Yeso a nuestros pies. Absolutamente notable. Allá estaban desde la Aguja Helada, el Marmolejo y el Mesón Alto, hasta el Cuerno Seco y el Puente Alto, casi tocando el celeste del embalse, en las terrazas inferiores del tan familiar Cajón. Jolgorio, calmo ambiente y larga permanencia en la cima, apreciando, entre otros, los testimonios de antaño de grandes próceres y amigos Católicos, mientras bandera chilena y pakistaní flameaban en contraste de rojo y verde agitadas por la brisa de los Andes. Al regreso al CA, a descansar, hidratar y disfrutar de los mensajes de aliento llegados desde distintos continentes a través de Expenews, para algunos de los afortunados miembros del grupo.
Noche tranquila; despertar impaciente. A las seis, siete partíamos rumbo a la meta final: la cumbre del Nevado de los Piuquenes. En lo personal, la rutina habitual me impidió esta vez partir a la par con el grupo y ante aceleración inicial, desaceleración posterior. Así las cosas, en distancia prudente y ascenso solitario, pude apreciar las distintas etapas de esta montaña fronteriza más de cerca que nunca, sintiendo lo que no siempre se siente: el silencio, la paz y la rudeza de un seis mil en las entrañas.
De neveros, acarreos duros, grandes rocas, corte glaciar y filo cumbrero, el cerro me tomó la mano en la raíz de su largo manto helado que cae contundente hacia la Argentina hermana. El Trono, con su forma de caracol blanco, fue perdiéndose hacia abajo, mientras sus laderas de hielo invitaban a piolet, crampón y cuerda.
Hacia el final, la figura de Francisca Loosli que, a ratos me hacía señas, fue un incentivo para terminar la tarea. Dios escuchó mi plegaria y me dio la fuerza que ya escaseaba para los últimos pasos; los más difíciles. Así, siendo las 12:30 hrs. del jueves 14 de enero de 2010, tras seis horas de ascenso, me uní en abrazo feliz, espiritual más que físico, con mis compañeros de aventura que esperaban por mí en la cumbre del Piuquenes. Similar sensación habrán tenido Meier, Schlotfeld y Schneider en el año 1954 cuando, por vez primera, conquistaron su cima por el lado chileno. Muy lindo.
El descenso fue relajado y asiático; junto a Amin Khan. En el CA la cordada me dio la bienvenida con un termo de te y comida liofilizada (gentil auspicio de Pablo Silva, quien aún no lo sabe), para reponer energía y entregarse ¡por fin! al merecido descanso. Antes, la felicitación al Líder de Expedicia, Álvaro Vivanco, por tan linda experiencia que culminó en el primer sies mil que ambos compartíamos.
El triunvirato cerrístico nos dijo buenas noches y luego nos cubrió con un delicado manto de nieve, mientras en las cumbres del Pirámide y del Piuquenes que nunca duermen, quedó hibernando para la posteridad, el testimonio CAU.
¡Hasta la próxima!
Relato por Beatriz Delgado Fonfach
Fotografías de Álvaro Vivanco, Richard Waetjen y Gonzalo Cánovas (DAV)